domingo, 9 de junio de 2013

Visión Ontoenergética de la Sagrada Rueda de la Vida. Introducción.

Visión Ontoenergética de la Sagrada Rueda de la Vida.

Introducción.

     Cuando estando de pié hacemos girar el cuerpo observando el horizonte, describimos un gran círculo del cual nosotros somos su centro. Cuando representamos gráficamente la relación entre la Tierra y el Sol reproducimos varios círculos representándolo. El potencial simbólico que contiene el círculo es enorme. Pensemos en ello.
     No es de extrañar que nuestros ancestros se sintieran fascinados por el círculo y con él representaran sus verdades y principios universales.
  
   Los enigmáticos círculos megalíticos aún nos esconden grandes misterios. El símbolo taoísta del Yin-Yang con su manifestación del dinamismo esencial del universo nos embelesa con su profundidad simbólica y simplicidad. La Rueda medicinal del nativo americano con su simbolismo nos atrae vívidamente.
     Todo ello encierra profundos misterios que intuimos y nos cuesta precisar y es así porque se da en ámbito de lo arquetípico y esto supera a la razón.

     Los círculos son considerados representaciones mágicas, no porque sean hechizos o porque puedan hacerse hechizos en su interior, sino porque con su simbolismo encierran un saber, un conocimiento que va más allá de nuestra razón y, por ello, esa vitalidad, esa energía, que concentrada, puede convertirse en poder y producir consecuencias (“su medicina”).
    Los círculos son signos que representan la cualidad sagrada de cuanto existe. En ellos hay un centro observador y los acontecimientos se realizan sin que se de forma alguna de jerarquía. Todo queda igualado en la circunferencia. También el círculo es el esquema básico del organismo vivo con un núcleo y un plasma que lo rodea y una membrana que lo envuelve.
     En círculos  es muy fácil representar nuestra relación con nosotros mismos, con nuestros semejantes, con la Tierra y con el Universo. Y al poseer una cualidad dinámica, la rotación, nos representa el suceder de los ciclos de la vida, la naturaleza y los astros.
     Cada vez más nos sentimos atraídos en su contemplación y en ellos nos reflejamos contactando con nuestra afectividad por todo cuanto nos rodea en el ámbito personal, relacional, natural y transpersonal; es decir, lo espiritual.

     Para quienes sintonizamos con este sentir, nos gusta reunirnos en círculos para celebrar sus misterios implícitos. En este contexto hay que situar todo este escrito que comparto.

     Somos criaturas del Sol y la Tierra. Vivimos arropados por la Naturaleza viva de este hermoso planeta. El Sol nos da calor y luz y, con ello, la vida puede florecer y manifestar su portentosa diversidad de aspectos. Todo ello combinado con las fuerzas dinámicas de interacción de Tierra, vida y tiempo han creado una belleza sin igual.
     A toda la parte viva del planeta, en su configuración como un enorme sistema, le denominamos Madre Tierra. De ella surgimos, en ella nos desarrollamos, nos relacionamos, nos nutrimos y colma nuestras necesidades y a su seno regresará nuestro organismo con la muerte. Es pues una organización viva que nos supera inimaginablemente y de la cual dependemos en todo lo que concierne a la vida; por ello puede considerársele como “diosa”. Nuestros ancestros así la denominaban y aún hay tradiciones que, bajo distintas denominaciones, así la contemplan.


     El considerarlo y sentirlo así se lo debo a las enseñanzas de una mujer medicina mexicana, Lorena Herrera Durán, de cuya interacción me  sentí inmerso en el significado de la “Rueda de Medicina” nativa.



Lorena Herrera Durán
      Al aplicar en la vieja Europa este simbolismo me encontré con su correspondencia y similitud con la Rueda Celta. A través de la cual estos ancestros europeos se relacionaban con lo espiritual y lo natural y, estando mucho más próximo a nuestras tradiciones, la tomo como referencia en este escrito. Pero no creo que sea algo puramente celta; cuando éstos llegaron a Europa procedentes de su origen común asiático ya estaban diversificados en grupos étnicos y lingüísticos progresivamente más diversos. Y se encontraron con poblaciones asentadas que habían realizado monumentos memorables en círculos megalíticos. Con sus luces y sombras se fundieron en el discurrir del tiempo y se produjo la asimilación. Las tradiciones druídicas aún nos resultan, hoy en día, motivo de especial atención y respeto. Me dí cuenta que los celtas, en líneas generales, no diferían grandemente en su modo de vida del nativo americano de los bosques y llanuras. Por ello se despertó mi interés por ellos. Y aquí tomo como referencia su círculo o rueda sagrada que representa a la Madre Tierra, la diosa, y en ella se sitúa las cuatro direcciones  con su simbolismo, así como las otras cuatro festividades que organizaban el discurrir del ciclo anual como un reflejo de algo mucho más trascendente, numinoso.
     Dado que muchas de sus celebraciones sobreviven en nosotros, los de origen europeo, reconvertidas y adaptadas para el cristianismo; me permito utilizar su nombre propio celta como referencia y simbolismo mítico y arquetípico y no como un deseo de restablecer el culto celta de antaño.


     Como adultos con estos intereses nos es fácil contactar con el espíritu de estas celebraciones y sus significados; tenemos muchas referencias bibliográficas y lugares donde acudir en busca de información, pero ¿qué ocurre con las generaciones recién llegadas? ¿Cómo hacerles llegar este espíritu ancestral de un modo actual que les permita conectarse con el significado sensible y vivo de la diosa Madre Tierra?

     La espiritualidad debe ser algo sentido desde la libertad y en armonía con el acontecer natural y mítico; y como mítico todas las tradiciones tienen cabida sin ser unas más importantes que otras. En un mundo tan mecanicista e individualista ¿cómo creamos situaciones y experiencias espirituales armónicas con el discurrir del acontecer de la Madre Tierra?  ¿Y cómo estas experiencias pueden sembrar la certeza de que este mundo es sagrado y, en él, todas sus criaturas lo son sin excepción? Pretendo sugerir, en el ámbito familiar, el ir dando un giro en la Rueda Sagrada de la Vida y mostrar cómo se puede celebrar y sentir el fluir arquetípico y mítico en conexión con la Madre Tierra; y el sentido que tiene el discurrir de las estaciones y vida en nuestras existencias implicando a todas las generaciones de una familia. Con el convencimiento de  que puede extrapolarse todo esto a grupos más extensos e incluso a educadores  docentes.

     Sé que algunas cosas que estoy diciendo hiere susceptibilidades y a defensores dogmáticos de modos de creencias religiosas actuales. Les digo que no pretendo ofenderles ni negarlos, pero considero que no se abren en considerar sus propias creencias como una plasmación actual de un mundo arquetípico que ha existido desde el surgimiento de la humanidad y que se mantendrá aun cuando estas religiones de ahora se hayan extinguido dando lugar a otras adecuadas a los dramas culturales y existenciales de situaciones futuras. La vida es un devenir incesante creando nuevas formas y estructuras en su incesante evolución. Pretender un punto final inmóvil es realmente una ingenuidad.

     Se trata de entender y tener  recursos para celebrar estas festividades de modo íntimamente unido a las raíces espirituales de las festividades aquí en Europa;  en el contexto multigeneracional.
     Nos moveremos a lo largo del año por la Sagrada Rueda de la Vida celebrando la íntima relación entre la Madre Tierra y el Padre Sol, parándonos en las celebraciones de ocho festividades sagradas que denominaré por su nombre celta: Yule (solsticio de invierno en el Hemisferio Norte), Imbolc  (1º de Febrero), Ostara (Equinoccio de Primavera en H. Norte), Beltane (1º de Mayo), Litha (Solsticio de verano en H. Norte) Lughnasad (1º de Agosto), Mabon (Equinoccio de Otoño en H. Norte) y Samhain (1º de Noviembre). Momento en que concluye la vuelta de la Sagrada Rueda empezando un nuevo ciclo.

     Antiguamente y aún hoy día, en ciertos colectivos humanos fieles a sus ancestrales tradiciones, sus miembros se reúnen en el recinto o área sagrada de la tribu o aldea y todos, niños y adultos celebran entusiastamente el suceder de las etapas del Ciclo anual de la Vida; reflejo asimismo del acontecer en el universo y de la propia experiencia de vivir entre nacer y morir.

     Siguiendo su ejemplo así lo vamos realizar adecuándolo a la concepción ontoenergética, con sus miras hacia el desarrollo del potencial humano en el seno de la complejidad del mundo científico y tecnológico actual.


Ernesto Cabeza Salamó

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