domingo, 9 de junio de 2013

Proyecto "Gaia, La fecunda Rueda de la Vida"

Proyecto "Gaia, La fecunda Rueda de la Vida"

         Somos conscientes de que nuestro mundo precisa una renovación en valores, ya no fundados en doctrinas y dogmas, sino en el sentimiento natural de que todos constituimos una familia y habitamos en un único hogar común: La Tierra.

         En la escuela aprendemos sus características y dimensiones y esos trazos de colores ribeteados por líneas que definen los países y sus fronteras. ¿Quién ha visto estos límites en el terreno? Estoy en un monte, al otro lado hay un valle y es otro país, o ese río, o esta costa. Los animalillos, las plantas, desconocen estos convencionalismos. Un árbol puede  tener la mitad de sus ramas y raíces en un país y otro al tiempo. Y a los gorriones y urracas que se posan en sus ramas les importa un bledo en qué país están.
         Si delimitamos territorios es más fácil administrarlos y también controlar a sus gentes, pero ¿necesitan ser controlados?
         ¡Qué maravilloso es ser ciudadanos del mundo! ¡Y qué difícil se pone por culpa de los políticos y demás dogmas!

         Nuestro planeta azul, una turquesa cósmica, orbitando junto con sus hermanos alrededor del Sol; y éste, en uno de sus brazos, alrededor de la Galaxia; y ésta íntimamente ligada a sus hermanas desde que el universo lo es. Todo ello constituye el Cosmos y la inimaginable energía que lo manifiesta con sus ignotas  leyes. Tratar de considerarlo como una unidad o entidad manifiesta lo denominado “Gran Misterio”. Todo es energía, todo es luz, todo es un gran holograma del cual, cualquiera de sus detalles, aún el más ínfimo, trae  consigo la totalidad.

         Meditando con una flor podemos llegar a lo inefable, aún con un grano de arena u observando al microscopio una mota de polvo. Esta es la grandeza que disponemos como humanos conscientes; podemos conmovernos y sentir resonar en nuestras entrañas el significado de la palabra “Misterio”. Nuestras enciclopedias engordan día a día con nueva información, pero toda esa información no puede hacer ni sombra a la impresión de maravilla y conmoción que sentimos al sintonizarnos con el Misterio.
         El conocimiento es como el horizonte, cuando crees alcanzarlo, está mucho más allá.
         El sentimiento de admiración, de respeto, de maravilla, de amor, de pertenencia al Misterio que “Todo-lo-es” lo llamo “Espiritualidad”. Me gusta más “espiritualidad” que “religiosidad” porque considero que no es preciso re-ligarse a lo trascendente, pues ya somos el propio “trascendente”. La motivación a trascender es la propia autorrealización y es un proceso siempre abierto a nuevos horizontes. Lo que me cuesta entender es cómo esta motivación de autorrealización puede pasar inadvertida para tantos congéneres. Tan sólo lo puedo explicar por el propio bloqueo a expandir la consciencia por rigidez y fijación de ideas y creencias.


         Pero esto no fue siempre así en occidente. Hace unos 5000 años esta armonía con el Misterio era el estado natural de todos cuantos habitábamos  en lo que ahora llamamos Occidente.
         En las comunidades agrícolas o nómadas de entonces toda la colectividad sin distinciones de edades, ni sexos participaba en la representación del Misterio a través de rituales, celebraciones y narraciones. Alrededor de la hoguera se cantaban viejas canciones, se relataban ancestrales historias; los abuelos transmitían su saber acumulado y experimentado en un clima sereno, misterioso y amoroso. En torno al fuego se bailaba con esas canciones y ritmos; y todos, absolutamente todos, participaban en la celebración, sencilla, pero rica, entrañable y trascendente. Se cantaba al amor, al viento, a la luna, al árbol, al río, al bosque, al desierto, al sol, a los ancestros, a las estaciones del año, a los espíritus... A la siembra, a  la recolección... Al amor, a la muerte... Al misterio entramado en la vida.

         Hoy en día los niños son unos marginados a los que se debe adaptar al mundo adulto; y a los ancianos unos seres a los que se les segrega y confina en “hogares geriátricos” a la espera de la muerte. ¡Qué mundo éste! Entre tanto se trata de negar el transcurso del tiempo de la vida tratando de mantener un aspecto juvenil, productivo, como parando el tiempo y la vida para cumplir con lo “obligado” (nuestra forma de vivir establecida). Así todos hemos sido domesticados, vivimos engañados y seremos segregados en su momento. Concebimos que de la nada procedemos y a la nada regresaremos, y en el intermedio generamos una imagen de ser algo con la certeza de su aniquilación. Esta forma de percibir e interpretar nuestro mundo causa desesperación existencial, y en ella la consciencia es un mero accidente de lo orgánico. Después, algunos admitimos la existencia de un “Gran Ente” al que llamamos Dios que nos ha creado y desde su dimensión celestial nos rige  y condiciona según su voluntad, al que debemos amar, obedecer y adorar y al que tras la existencia tendremos que rendir cuentas para obtener una eternidad de beatitud o de infinito pesar según nuestros pensamientos, decisiones y actos en vida. Un dios que salva o condena. Un dios que nos regala el mundo para que dispongamos de él y lo explotemos y poblemos. Un mundo que es un objeto puesto en nuestras manos. ¡Qué desastre!



         Antiguamente, antes de que naciera este dios, no había diferencia entre el mundo y los humanos; todos éramos lo mismo; no había diferencia entre el Cielo y la Tierra, ero lo mismo. La esencia del Misterio lo llenaba todo y adquiría infinidad de formas y combinaciones de todo cuanto existía. El humano  era esencia del Misterio en cuanto a consciencia y en cuanto a materia y todo ello era exactamente lo mismo. Por ello se concebía que no hay ni un principio, ni un final, y el humano puede a través de preguntarse por sí y por el mundo alcanzar a contactar con esta esencia y trascender dando con el Misterio en sí y su alrededor.

         Ahora nos proponemos recuperar este sentir de nuestros antiguos ancestros y algo interior me dice que ese es el camino. Pero me planteo el cómo hacerlo de un modo natural, espontáneo, cercano. Como adultos este deseo nace de nuestra introspección y del compartir pensamientos y sentimientos con otros; de buscar y experienciar nuestro propio sentir que lo confirme y  os satisfaga. ¿Pero qué pasa con los niños y adolescentes que, en un aspecto profundo, sienten la resistencia ¿natural? a asumir sus obligaciones como adultos? ¿Cómo incluirlos en nuestro sentir espiritual sin desatar su resistencia y rebeldía? Podemos contestarnos diciendo que les ofrezcamos esto de forma lúdica, pero ¿cómo? No es suficiente el darles a entender la alegría y el placer de contactar con el poder espiritual trascendente, porque también exige un compromiso y responsabilidad que no están en condiciones de asumir. En los más jóvenes tenemos como apoyo su innato sentido de lo místico, pero con la escolaridad y socialización se pierde.
         La respuesta asoma con sencillez. Hagamos como nuestros ancestros. Incorporemos en nuestra actual forma de vida la armonía sagrada de “vivir el presente”. Los niños la tienen de forma natural, ellos son felices cantando, bailando, celebrando en juegos la alegría de vivir. Sí, debemos crear tradiciones para cantar, bailar y celebrar la maravillosa abundancia de la vida en nuestro planeta. Esta se establece en etapas de una senda circular con sus celebraciones plenas de magia; de forma que aún siendo cíclicas año tras año, el sentido y significado de las mismas vayan adquiriendo nuevas comprensiones conforme se crece y madura. Y además puede aglutinar diversas generaciones en la misma actividad; cosa que nuestro mundo dificulta intencionadamente.

         Para nuestra visión espiritual es necesario que diversas generaciones se sientan implicadas en las celebraciones, sean rituales o no, y ofrezcan significados y faculten experiencias profundas e inspiradoras para todos los participantes. Sólo así, manifestando valores de comunidad, afecto y creatividad se puede comprender y acercar al sentir de la “Diosa Madre Tierra” que nos reúne en un único hogar, nos relaciona como hermanos siendo todos hijos de ella y posibilita infinitas posibilidades creativas. De este modo, lo que para muchos es una mera utopía, puede plasmarse como realidad compartida y sentida. ¡Qué más se puede desear! Así sembramos una nueva forma de sociedad y asentamos la alternativa forma de relacionarnos representada  en la expresión “por todas mis relaciones”.
         De este modo el mundo cognoscitivo, el Logos ((la ciencia natural (biología, ecología, geografía, etc.) y la ciencia humana (filosofía, pedagogía, psicología, sociología, historia, etc.) se unen en un campo único)), se manifiesta. No se da la contradicción de Ciencia versus religión. Las cosas no son cuestión de fe en dogmas y creencias. Los fenómenos tienen su base orgánica, física, filosófica, psicológica, histórica, pedagógica, etc., y sobre todo ello se experimenta y siente, se comparte.
         Lo afectivo, el Eros, ensalzando la fraternidad de todos, sin importar género, ni raza, ni edad, aflora. No hay jerarquía, no son actos organizados desde instancias de poder, no se da a su alrededor el consumismo. La Madre Tierra es el origen común y el hogar de todos sin importar que sean pueblos de un pie (árboles), bípedos, o cuadrúpedos; que sean alados, reptantes o nadadores. Todos estamos emparentados y nutridos por la Gran Madre. Y porque de ella proviene la nutrición, la restauración, la sanación, la compasión y el amor incondicional. Sólo limpiándonos de temores y heridas podemos restaurar nuestro equilibrio y armonía energética interior y sanarnos sanando a la vez a nuestras relaciones y al planeta.
         Y a Mithos, nuestra representación subconsciente simbólica, con nuestra genuina creatividad, a la accedemos al situarnos en un estado de atención y consciencia acrecentada, cuando aflojando el punto de encaje de la consciencia tenemos acceso al mundo arquetípico del inconsciente colectivo jungiano, a la psicosfera o dimensión mental común de todos los seres conscientes y no conscientes de nuestro planeta. Allí podemos experimentar los misterios que nos envuelven y obtener revelaciones, inspiraciones y visiones transformadoras.

         Estas celebraciones se enmarcan dentro de una gran rueda anual señalando los cuartos y la mitad de cada cuarto. Exactamente igual que nuestros antiguos ancestros cuando construían los círculos de piedras marcando lugares de poder o creando lugares de poder al unir mediante el intento la energía telúrica con la de los participantes de las celebraciones. Renovar ahora nuestra conexión con estos sagrados días de nuestro pasado y con los colectivos humanos que actualmente lo mantienen es para nosotros volver al hogar, a conectarnos con lo que esencialmente somos y que nuestra sociedad ha perdido u olvidado a lo largo de los últimos milenios. Todos los humanos, sin importar el tiempo, compartimos un yo profundo común, subconsciente con un paisaje interno poblado por mitos y arquetipos, alimentado por cuentos, leyendas y relatos con magia. Con estas celebraciones se pretende activar el contacto con este yo interior esencial y facilitar su exteriorización a través de la recreación dramática del ciclo de la Naturaleza año tras año.

         Así experienciamos y respetamos los ciclos anuales de la germinación, crecimiento, fructificación, decadencia y muerte; para nuevamente germinar y crecer. Seguir este ciclo con sus sensaciones profundas nos aporta equilibrio y serenidad. Es indudable que, de acuerdo con el ámbito de autorrealización, este revivir el drama adquiere diversa profundidad de comprensión, conocimiento e inspiración. Y este compartirlo con diversas generaciones le da un valor más sagrado.

         Hablo específicamente de la Madre Tierra, pero estos ciclos que celebramos son manifestaciones en el tiempo, creadas por la Tierra y el Sol en una interacción cósmica como indiqué al principio.
         Un ciclo es el tiempo entre el nacer-morir-renacer. Nos conecta con la naturaleza existencial de nuestro ser, con el propio self y nos enseña a abrirnos al instante e inmediatamente soltarlo dejándolo ir con plena gratitud. Nos enseña a vivir en el aquí y ahora y adquirir el desapego; hecho que favorece el recto discernimiento y la claridad de la consciencia. Esto ocurre especialmente en los equinoccios, cuando el día y la noche son iguales, pero sólo por un instante, en el tiempo entre una respiración y la siguiente y para repetirlo debe transcurrir un año completo. Las estaciones honran cambios graduales y las festividades crean pausas fundamentales. En su conjunto nos sitúan en el vivir cada momento presente con sabiduría.


         Magia es la impecable aplicación de nuestra energía o poder personal. Todo esto afina nuestra sensibilidad espiritual y nos hace adquirir poder al concebir nuestra vida y nuestro mundo como un misterio. Nos aleja de la importancia personal, de considerar a nuestros semejantes y a la propia naturaleza como objeto de propiedad y explotación. Todo participa de la misma esencia universal, pero adquiere su propia vibración particular por ello todo tiene su espíritu.

. Lo llamado “animismo” es una forma de expresar la incomprensión de esta sustancial verdad universal. Una piedra  tiene una peculiar vibración, nos dice algo con su textura, su olor, su calor, su forma y tamaño; todo ello fruto de sus vibraciones energéticas. Y otra piedra de igual composición y aún de tamaño será completamente diferente a la anterior y nos aportará sensaciones diferentes en nuestra profundidad; así también ocurre con tal árbol, tal peña, tal valle, tal macizo, tal lago, etc. Cada uno de estos aspectos de nuestra Abuela y Madre Tierra tiene su “espíritu peculiar”, su vibración única, su poder propio y su medicina propia. Desde este punto de vista el animismo adquiere una significación y exige nuestro respeto.

         La Danzarina Cósmica, la Tierra, realiza su ciclo dando lugar al año, nosotros lo representamos como un círculo en el que marcamos ocho puntos que coinciden con las principales celebraciones. Voy a utilizar sus nombres celtas por sernos en Europa las más conocidas y las inserto dentro del calendario maya-celta que preparé. Cuatro de ellas (Sanhain, Imbloc, Beltane y Lughnasad) ya están expresadas así, las otras cuatro coincidentes con los solsticios y equinoccios reciben los nombres celtas de Mabon, Yule, Ostara y Litha, pudiendo representarse en la rueda así:




Ernesto Cabeza Salamó

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