viernes, 29 de julio de 2016

POR UN MUNDO PLURAL El valor de las minorías étnicas


POR UN MUNDO PLURAL
El valor de las minorías étnicas



“Si una civilización mundial, perfectamente homogénea, se estableciera y abarcara todo el planeta –lo que es muy difícil – tendría una vida breve. Los seres humanos necesitan de cierta diversidad. En el futuro aparecerían nuevos cambios, y surgirían diferencias que ni siquiera sospechamos. Mientras haya seres humanos en la Tierra, veremos persistir o surgir múltiples grados de diferenciación.”       Claude Levi-Strauss





Desde hace algunos años se ha tomado conciencia del deterioro generalizado que afecta al mundo mineral, vegetal y animal, pero apenas se ha empezado a prestar atención al agotamiento y la contaminación que padece la esfera cultural. Los valores étnicos, al igual que el oxígeno, el petróleo, las selvas o las ballenas, no son inagotables.
Probablemente estamos asistiendo al advenimiento de esa civilización mundial a que aludía Levi-Strauss. Y quizá, tal como él afirma, su existencia será breve. Sin embargo, entre tanto, el estilo de vida occidental, sea en su vertiente capitalista como en la comunista, se impone en todas partes. Oriente y África, América y Oceanía, dejan de ser lo que eran a una velocidad vertiginosa. El mundo se uniformiza. No sólo el aspecto de las ciudades, las ropas o los hábitos, sino incluso la actitud vital de los pueblos empieza a estar cortada con el mismo patrón. Una fuerte tendencia a traducirlo todo a términos económico-monetarios, a cuantificar incluso los valores humanos más intangibles, se extiende por los cinco continentes.

Si a alguien daña este proceso general de uniformización es a las minorías étnicas. Para ellas, la irrupción de la vida moderna supone prácticamente el fin de su existencia como pueblos. En una o dos generaciones a lo sumo, estos grupos humanos perderán de forma irremisible a los últimos depositarios de su tradición oral y artesanal.

Cuando se nombra colectivamente a estos pueblos se emplean términos como “subdesarrollados”, “en vías de desarrollo” o “no-alineados”, referencias económicas, muy al gusto occidental, que reflejan su ilusoria ascensión hacia las cimas del consumo. Sin embargo tampoco es conveniente considerarlos desde la otra óptica hoy común, reivindicando meramente su interés folklórico, museístico o científico. Más bien se trata de comprender cómo culturas ancestrales y vivas, que encierran, en mayor o menor grado, una forma de sabiduría, un saber vivir sobre la tierra y bajo el cielo, pueden desaparecer para siempre en aras de la tecnología. No se improvisa, y mucho menos desde fuera, un modo de vida madurado a lo largo de siglos y generaciones. Cualquier pérdida en este sentido es irreparable.

Las sociedades que ahora se engloban bajo el término de Cuarto Mundo están enteramente indefensas a merced de la nuestra. Rotas sus protecciones psicológicas, extraviada su identidad más profunda, difícilmente conservan la entereza y perspectiva necesarias para hacer frente al mundo moderno o para adaptarse a él conservando lo esencial.
Es obligado recordar aquí que a la colonización habitual del pasado, apoyada comúnmente en la fuerza de las armas, le ha seguido una colonización más solapada pero doblemente eficaz. Tanto se ha extendido ésta que incluso las sociedades que conservan su tradición oral y que no saben una palabra de una lengua europea pueden considerarse también colonizadas.

Dos son los pilares de este proceso de desintegración cultural.
Por un lado la ruptura de la visión del mundo propia de una determinada cultura. Y ello con la paradoja de que hoy se reconoce que toda cosmovisión es provisoria y de que tan válida puede ser una tenida por “antigua” como la más recientemente admitida. Lo importante es que ésta sea coherente y permita el desarrollo social dentro de valores esenciales para el ser humano.

Jornalero

Por otro lado, convertir en mercancías dos cosas que no solían serlo para estas comunidades: la mano de obra y la tierra. En estas culturas la tierra estaba disponible para quien la usara. Y como la mano de obra no era un bien que pudiera venderse, resultaba imposible contratar personas que labrasen la tierra, no habiendo por tanto jornaleros. La introducción de la esclavitud, primero a cambio de una manutención y luego a través de un pequeño salario, destruyó la economía tradicional basada en la ayuda recíproca. Ahora los nativos de estos pueblos son los desheredados de la economía mundial, desde el instante en que sus recursos básicos, generalmente gratuitos, dejaron de serlo y el dinero se convirtió en la medida de todas las cosas.

Los indios iroqueses, como tantas otras tribus, afirman que “todo lo que vive en la tierra, todo cuanto crece en el suelo y lo que fluye en los ríos y aguas fue dado conjuntamente a los hombres. La carene fue de todos antes de que el cazador la tomara del bosque y si el maíz y las plantas crecieron en la tierra común no fue por el poder del hombre, sino por el Gran Espíritu”.
Estas palabras recuerdan una visión del mundo de la que Occidente se aleja cada día más. Pero lo cierto es que no sólo necesitamos de la diversidad física de la tierra –montes, ríos, valles, mares, selvas o glaciares-, sino, lo que es más importante, de la diversidad cultural y racial. Si cada especie que se extingue sobre la faz del planeta supone un empobrecimiento del caudal de vida, más aún lo es que una cultura humana determinada, con sus conocimientos y valores, pueda llegar a desaparecer.

¿Existe alguna esperanza para las minorías, aparte de convertirse en exposiciones permanentes de sí mismas de  cara al turismo o los investigadores? Ciertamente, faltan razones para el optimismo, pero algo hay que hacer. Un paso es presionar a los partidos políticos para que empiecen a considerar estos problemas. Otro, reflejar la situación de estas culturas en los medios de comunicación, trayendo incluso representantes de las mismas para que expongan públicamente la situación que atraviesan. Y sobre todo, apoyar proyectos de autosuficiencia para que puedan defenderse de la oleada de incivilización que les amenaza. A fin de cuentas, como se decía en la película La Selva Esmeralda, estos grupos aún conservan algo que nosotros perdimos.

Unamos nuestros sentires para que pueda continuar por largo tiempo esa vida plural sobre el planeta. Y si por desgracia eso no fuera del todo posible, guardemos dentro de nosotros el mensaje que nos dejan sus hermosas palabras.


Integral 1987. Daniel Bonet, Josany y Octavi Piulats