Celebración de la Rueda Anual de la Vida
Visión Ontoenergética
Introducción actualizada.
Reproduzco, ligeramente ampliada, esta entrada que fue editada en Noviembre del 2010 en Cepsiblog.
Cuando
estando de pié hacemos girar el cuerpo observando el horizonte,
describimos un gran círculo del cual nosotros somos su centro. Cuando
representamos gráficamente la relación entre la Tierra
y el Sol reproducimos varios círculos representándolo. El potencial
simbólico que contiene el círculo es enorme. Pensemos en ello.
No es de extrañar que nuestros ancestros se sintieran fascinados por el
círculo y con él representaran sus verdades y principios universales.
Los
enigmáticos círculos megalíticos aún nos esconden grandes misterios. El
símbolo taoísta del Yin-Yang con su manifestación del dinamismo
esencial del universo nos embelesa con su profundidad simbólica y
simplicidad. La Rueda medicinal del nativo americano con su simbolismo nos atrae vívidamente.
Todo
ello encierra profundos misterios que intuimos y nos cuesta precisar y
es así porque se da en ámbito de lo arquetípico y esto supera a la
razón.
Los
círculos son considerados representaciones mágicas, no porque sean
hechizos o porque puedan hacerse hechizos en su interior, sino porque
con su simbolismo encierran un saber, un conocimiento que va más allá de
nuestra razón y, por ello, esa vitalidad, esa energía, concentrada,
puede convertirse en poder y producir consecuencias (“su medicina”).
Los
círculos son signos que representan la cualidad sagrada de cuanto
existe. En ellos hay un centro observador y los acontecimientos se
realizan sin que se de forma alguna de jerarquía. Todo queda igualado en
la circunferencia. También el círculo es el esquema básico del
organismo vivo con un núcleo y un plasma que lo rodea y una membrana que
lo envuelve.
En círculos es muy fácil representar nuestra relación con nosotros mismos, con nuestros semejantes, con la Tierra
y con el Universo. Y al poseer una cualidad dinámica, la rotación, nos
representa el suceder de los ciclos de la vida, la naturaleza y los
astros.
Cada
vez más nos sentimos atraídos en su contemplación y en ellos nos
reflejamos contactando con nuestra afectividad por todo cuanto nos rodea
en el ámbito personal, relacional, natural y transpersonal; es decir,
lo espiritual.
Para
quienes sintonizamos con este sentir, nos gusta reunirnos en círculos
para celebrar sus misterios implícitos. En este contexto hay que situar
todo este escrito que comparto.
Somos criaturas del Sol y la Tierra. Vivimos arropados por la Naturaleza
viva de este hermoso planeta. El Sol nos da calor y luz y, con ello, la
vida puede florecer y manifestar su portentosa diversidad de aspectos.
Todo ello combinado con las fuerzas dinámicas de interacción de Tierra,
vida y tiempo han creado una belleza sin igual.
A
toda la parte viva del planeta, en su configuración como un enorme
sistema, le denominamos Madre Tierra. De ella surgimos, en ella nos
desarrollamos, nos relacionamos, nos nutrimos y colma nuestras
necesidades y a su seno regresará nuestro organismo con la muerte. Es
pues una organización viva que nos supera inimaginablemente y de la cual
dependemos en todo lo que concierne a la vida; por ello puede
considerársele como “diosa”. Nuestros ancestros así la denominaban y aún
hay tradiciones que, bajo distintas denominaciones, así la contemplan.
El
considerarlo y sentirlo así se lo debo a las enseñanzas de una mujer
medicina mexicana, Lorena Herrera Durán, de cuya interacción me sentí inmerso en el significado de la “Rueda de Medicina” nativa.
Al aplicar en la vieja Europa este simbolismo me encontré con su correspondencia y similitud con la Rueda Celta.
A través de la cual estos ancestros europeos se relacionaban con lo
espiritual y lo natural y, estando mucho más próximo a nuestras
tradiciones, la tomo como referencia en este escrito. Pero no creo que
sea algo puramente celta; cuando éstos llegaron a Europa procedentes de
su origen común asiático ya estaban diversificados en grupos étnicos y
lingüísticos progresivamente más diversos. Y se encontraron con
poblaciones asentadas que habían realizado monumentos memorables en
círculos megalíticos. Con sus luces y sombras se fundieron en el
discurrir del tiempo y se produjo la asimilación. Las tradiciones
druídicas aún nos resultan, hoy en día, motivo de especial atención y
respeto. Me dí cuenta que los celtas, en líneas generales, no diferían
grandemente en su modo de vida del nativo americano de los bosques y
llanuras. Por ello se despertó mi interés por ellos. Y aquí tomo como
referencia su círculo o rueda sagrada que representa a la Madre Tierra, la diosa, y en ella se sitúa las cuatro direcciones con
su simbolismo, así como las otras cuatro festividades que organizaban
el discurrir del ciclo anual como un reflejo de algo mucho más
trascendente, numinoso.
Dado
que muchas de sus celebraciones sobreviven en nosotros, las de origen
europeo, reconvertidas y adaptadas para el cristianismo; me permito
utilizar su nombre propio celta como referencia y simbolismo mítico y
arquetípico y no como un deseo de restablecer el culto celta de antaño.
Al hilo de lo dicho me place hacer una cita de Archie Fire Lame Deer, hombre medicina lakota, de su hermoso libro "Inipi, el canto de la Tierra": (...) A causa de todo ello, tenemos (los indios americanos) el sentimiento de que la tierra de Europa es una tierra virgen que no ha sido utilizada como debería haberlo sido desde hace 2.000 años. Ha siso utilizada mal a sabiendas, despreciada. Los hombres han luchado, se ha vertido sangre, y ha vuelto a devenir virgen, una tierra donde debemos reavivar las enseñanzas espirituales, que no son las enseñanzas religiosas, y enseñar de nuevo a los hombres el sentido de la oración con el fin de que puedan orar como deseen. (...) He ahí el trabajo que os proponemos: enseñaros para que podáis de nuevo identificaros con la Tierra de la que habéis salido. No teneis necesidad de atravesar fronteras, ni de correr al otro extremo del mundo. Observad aquí, sobre vuestra propia tierra; esta Tierra es sagrada. Sin embargo, es verdad que para que vosotros, los europeos, podáis llevar a cabo este trabajo de reconexión con vuestra Tierra debéis escuchar todas las enseñanzas del mundo entero. Cuando hayáis reunido toda esta información podréis colocaros en el camino y retornar a la Tierra. (...)."
" El pueblo celta, que conocía las enseñanzas de las plantas, de las piedras y de la astrología, fue el primero en sufrir la opresión de la religión (...)".
"(...). En tanto que hombres médico indios nos sentimos concernidos, y vamos a compartir nuestras enseñanzas con vosotros a fin de que el sistema se pueda transformar". (Páginas 27 y 28).
Al hilo de lo dicho me place hacer una cita de Archie Fire Lame Deer, hombre medicina lakota, de su hermoso libro "Inipi, el canto de la Tierra": (...) A causa de todo ello, tenemos (los indios americanos) el sentimiento de que la tierra de Europa es una tierra virgen que no ha sido utilizada como debería haberlo sido desde hace 2.000 años. Ha siso utilizada mal a sabiendas, despreciada. Los hombres han luchado, se ha vertido sangre, y ha vuelto a devenir virgen, una tierra donde debemos reavivar las enseñanzas espirituales, que no son las enseñanzas religiosas, y enseñar de nuevo a los hombres el sentido de la oración con el fin de que puedan orar como deseen. (...) He ahí el trabajo que os proponemos: enseñaros para que podáis de nuevo identificaros con la Tierra de la que habéis salido. No teneis necesidad de atravesar fronteras, ni de correr al otro extremo del mundo. Observad aquí, sobre vuestra propia tierra; esta Tierra es sagrada. Sin embargo, es verdad que para que vosotros, los europeos, podáis llevar a cabo este trabajo de reconexión con vuestra Tierra debéis escuchar todas las enseñanzas del mundo entero. Cuando hayáis reunido toda esta información podréis colocaros en el camino y retornar a la Tierra. (...)."
" El pueblo celta, que conocía las enseñanzas de las plantas, de las piedras y de la astrología, fue el primero en sufrir la opresión de la religión (...)".
"(...). En tanto que hombres médico indios nos sentimos concernidos, y vamos a compartir nuestras enseñanzas con vosotros a fin de que el sistema se pueda transformar". (Páginas 27 y 28).
Archie Fire Lame Deer |
Como
adultos con estos intereses nos es fácil contactar con el espíritu de
estas celebraciones y sus significados; tenemos muchas referencias
bibliográficas y lugares donde acudir en busca de información, pero ¿qué
ocurre con las generaciones recién llegadas? ¿cómo hacerles llegar este
espíritu ancestral de un modo actual que les permita conectarse con el
significado sensible y vivo de la diosa Madre Tierra?
La espiritualidad debe ser algo sentido desde la libertad y en armonía
con el acontecer natural y mítico; y como mítico todas las tradiciones
tienen cabida sin ser unas más importantes que otras. En un mundo tan
mecanicista e individualista ¿cómo creamos situaciones y experiencias
espirituales armónicas con el discurrir del acontecer de la Madre Tierra? ¿Y
cómo estas experiencias pueden sembrar la certeza de que este mundo es
sagrado y, en él, todas sus criaturas lo son sin excepción? Pretendo
sugerir, en el ámbito familiar, el ir dando un giro en la Rueda Sagrada de la Vida y mostrar cómo se puede celebrar y sentir el fluir arquetípico y mítico en conexión con la Madre Tierra;
y el sentido que tiene el discurrir de las estaciones y vida en
nuestras existencias implicando a todas las generaciones de una familia.
Con el convencimiento de que puede extrapolarse todo esto a grupos más extensos e incluso a educadores docentes.
Sé
que algunas cosas que estoy diciendo hiere susceptibilidades y a los
defensores dogmáticos de modos de creencias religiosas actuales. Les
digo que no pretendo ofenderles ni negarlos, pero considero que no se
abren en considerar sus propias creencias como una plasmación actual de
un mundo arquetípico que ha existido desde el surgimiento de la
humanidad y que se mantendrá aun cuando estas religiones de ahora se
hayan extinguido dando lugar a otras adecuadas a los dramas culturales y
existenciales de situaciones futuras. La vida es un devenir incesante
creando nuevas formas y estructuras en su incesante evolución. Pretender
un punto final inmóvil es realmente una ingenuidad.
Se
trata de entender y tener recursos para celebrar estas festividades de
modo íntimamente unido a las raíces espirituales de las festividades
aquí en Europa; en el contexto multigeneracional.
Nos moveremos a lo largo del año por la Sagrada Rueda de la Vida celebrando la íntima relación entre la Madre Tierra
y el Padre Sol, parándonos en las celebraciones de ocho festividades
sagradas que denominaré por su nombre celta: Yule (solsticio de invierno
en el Hemisferio Norte), Imbolc (1º
de Febrero), Ostara (Equinoccio de Primavera en H. Norte), Beltane (1º
de Mayo), Litha (Solsticio de verano en H. Norte) Lughnasad (1º de
Agosto), Mabon (Equinoccio de Otoño en H. Norte) y Samhain (1º de
Noviembre). Momento en que concluye la vuelta de la Sagrada Rueda empezando un nuevo ciclo.
Celebración Yamomani |
Antiguamente
y aún hoy día, en ciertos colectivos humanos fieles a sus ancestrales
tradiciones, sus miembros se reúnen en el recinto o área sagrada de la
tribu o aldea y todos, niños y adultos, en torno al fuego, que en ese
momento deviene sagrado, se disponen para realizar vigilia y asistir a
la festividad celebrándola con cantos, danzas, relatos ancestrales; todo
aquello que les da el vigor espiritual dando gracias a la Madre Tierra y
al Padre Cielo por el maravilloso don de la vida. Cantan y bailan con
los instrumentos naturales (flautas, maracas, tambores, campanas o
golpeando palos, piedra y huesos) durante toda la noche o todo el día
hasta completar la festividad, sabiendo que en esos instantes se produce
un cambio en la relación de l Tierra con el Sol que necesariamente
afectará a todas sus criaturas. Reviviendo y compartiendo su misterio,
obteniendo una fusión con las fuerzas cósmicas y telúricas y con ellas
adquirir armonía, sanación, vivencias, visiones e inspiración.
Estas
celebraciones se han producido en todos los colectivos humanos desde la
remota prehistoria, muchas de ellas se han perdido en el olvido, pero
otras han sobrevivido y nos permiten conocerlas y vivirlas adecuándolas a
nuestra forma de vivir y posibilidades; dado que todas ellas están
íntimamente ligadas a culturas y no deben copiarse, pues contribuiríamos
a su destrucción y esto sería traicionarles mortalmente; pero sí
podemos inspirarnos en ellas y crear nuestros propios modos a partir de
sus ejemplos. De este modo nos hermanamos y no les robamos su sabia
tradición.
Es lamentable constatar que en nuestra cultura occidental se potencia la separación de los jóvenes, adultos y ancianos; enfatizándose los conflictos entre generaciones.
Ya no hay historias y canciones con las que los ancianos transmitan a
los jóvenes cuál es el íntimo contacto tradicional de preparar los
campos, de plantar y cosechar; y de cómo preparar uno mismo los objetos
tradicionales con los cuales honrar a la Madre Tierra. En las ciudades
todo nos viene manufacturado y preparado para el consumo. Son objetos
que, por no tener espíritu, los exigimos
sofisticados y quizá ostentosos para halagar nuestro ego y suscitar
envidias. O acudimos a nuestros templos en ritos en los que los clérigos
hablan y recitan ante la pasiva receptividad de los creyentes, cantando
o participando de un modo formal y rígido; en el cual los niños que
acuden se aburren y distraen a sus familiares de la atención hacia el
culto. Se acude al momento del culto, pero no se oficia activamente la
comunión espiritual, aún en el supuesto de que el clérigo logre la
comunión espiritual y no, simplemente, oficie ese culto como una
actividad de trabajo.
El
sentir espiritual es lúdico y serio, es alegre y trascendente, es una
vinculación con la sacralidad de la Madre Tierra y con el Cosmos; y
participar de lo que de Ella y Él hay en nosotros por ser sus criaturas
habiendo emanado de su propia sustancia y conciencia.
¿Cómo lograr nuevamente esta realización trascendente, este contacto con el íntimo e innato sentido de lo místico?
La
respuesta es obvia. Regresemos a lo sencillo y natural, como en las
culturas que sobreviven con sus tradiciones ancestrales. Vivamos en
nuestro aquí y ahora este reencontrar nuestras raíces, nuestras inicios;
consideremos con una nueva óptica lo que practicaban nuestros
antepasados. Imaginemos y manifestemos nuevas ediciones de tradiciones
en las que se cante, baile y celebre lo sagrado que hay en nosotros y en
todo lo que nos rodea en el seno de la Madre Tierra. Y así, aunque
celebremos año tras año el ciclo de nacimiento-vida-muerte-
renacimiento, si lo hacemos desde la conciencia, nunca será lo mismo. No
habrá festejos idénticos a medida que los adultos obtengan inspiración y
los niños crezcan y los vean con diferentes comprensiones.
Si
hacemos todo esto volveremos a convertir en algo luminoso y pleno de
sentido existencial a todo el ciclo anual, con el contacto mítico
arquetípico, y con ello cambiaremos desde lo esencial el futuro de
nuestro mundo.
Marija Gimbutas |
Riane Eisler |
Aquí,
en la cuna de Occidente, en Europa, el Mediterráneo y parte de Asia
desde el Caucaso, Mesopotámia hasta el río Indo; tenemos la constancia
de que ancestralmente existían comunidades basadas en los valores de la
Diosa Madre, tales como comunidad, cariño, creatividad, igualdad, sin
jerarquías de poder y pacifistas. Marija Gimbutas, Riane Eisler y James
Mellaart, entre otros han ido descubriendo la existencia de estas
sociedades basadas en valores de la “Diosa”, en el calcolítico europeo y
en yacimientos como en Çatal Huyük en Anatólia o la Civilización del
Indo, esta última más próxima en el tiempo.
En cuanto a lo publicado por M. Gimbutas y R. Eisler, debemos tener en consideración la opinión crítica de Casilda Rodrigañez. Así somos más justos al aproximarnnos a esta temática tan delicada.
En cuanto a lo publicado por M. Gimbutas y R. Eisler, debemos tener en consideración la opinión crítica de Casilda Rodrigañez. Así somos más justos al aproximarnnos a esta temática tan delicada.
James Mellaart |
Reconstrucción del santuario |
Actualmente los valores de nuestra civilización, unos valores
imperialistas y hegemónicos, hacen palidecer los antiguos imperios. ¿Qué
son el imperio Sumerio o Acadio, o el de Alejandro, o de Roma; o los
más recientes de España o del inglés si los comparamos con el actual que
impone una única visión de globalización basado en la tiranía de los
mercados financieros a los que todo el mundo debe doblegarse y
humillarse? Valores de tener y poseer, de destacar y tratar de no perder
la posibilidad de consumir; y con ello la competencia entre gentes; la
suspicacia, las envidias, las obsesiones, desesperaciones, el
individualismo, la desconfianza y el temor de unos a otros; en vez de la
confianza, la franqueza, la solidaridad y el compartir. El mundo actual
nos separa y disgrega, nos confina en unidades aisladas con el único
afán de mantenerse en un estatus al menos, o tratar de medrar sin
considerar que la ambición y los logros que se obtienen traen como
consecuencia la marginación y la miseria de muchos así como la
destrucción de nuestro planeta vivo, considerándolo como un objeto de
explotación y especulación y no como algo sagrado. ¿Qué diría Riane
Eisler al respecto?
Si
no encontramos nuestro espíritu no podremos sintonizar con el espíritu
de la Tierra y del Sol y como en su interacción se crea el tiempo. No un
tiempo de calendario y reloj; sino un tiempo experiencial, de fenómenos
naturales y corazón. Un tiempo en que se da el instante trascendente. Y
este instante lo abrazas o lo pierdes hasta una siguiente oportunidad
que sólo se producirá un año después, en el supuesto que la vida te siga
acompañando. Y este instante único de comunión con la Madre Tierra y el
Sol también supone una fusión de corazones con nuestros próximos y
familiares unidos para compartir el acontecimiento de la celebración. Y
luego dejarlo ir con desapego.
Celebrar
el ciclo completo de un año con sus ocho puntas en estrella es asistir
vivencialmente a la posibilidad de adentrarse en los secretos de la
sabiduría que entraña nuestra existencia en este mundo y dar con su
“para qué” o sentido de la vida. Éste surge de la relación armónica de
nuestro ser con las fuerzas que nos rodean y con la fraterna comprensión
y apoyo de nuestros semejantes.
Celebrar un ciclo anual, un giro de la Sagrada
Rueda de la Vida, es recrear y reproducir el sentimiento de que la
Tierra es sagrada, que en el terreno vivencial y mítico se convierte en
la Gran Diosa que nos acoge, cobija, nutre y nos da conocimiento. Nos
forja y conduce como hijos suyos confiriéndonos responsabilidad,
presencia y vitalidad; iluminación, creatividad y autenticidad;
fraternidad, amor y sanación; y sabiduría, enseñanza y desapego. Con
cada año, con cada ciclo, podemos acrecentar nuestro patrimonio de estos
valores que siempre nos apoyan en el exteriorizar nuestra realidad
existencial y el poder compartirla y brindarla como servicio a los
demás.
De
este modo todo cuanto alberga la Madre Tierra se convierte en
inspirador y significativo; de cada detalle de la vida natural y de los
accidentes del paisaje podemos obtener una guía, o un aprendizaje íntimo
y personal. Podemos notar como nuestro corazón se abre, se hace grande,
adquiere fortaleza y contempla la vida y las relaciones con claridad.
Nos comprometemos en amar la Tierra, en cuidarla, en sanar sus heridas y
contribuir a que sea fértil y abundante para todas sus criaturas, todos
hijos e hijas suyas que son, con pleno derecho a vivir y prosperar en
su seno.
Ernesto Cabeza Salamó
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