Visión
Ontoenergética de la Sagrada Rueda
de la Vida.
Introducción.
Cuando
estando de pié hacemos girar el cuerpo observando el horizonte, describimos un
gran círculo del cual nosotros somos su centro. Cuando representamos
gráficamente la relación entre la
Tierra y el Sol reproducimos varios círculos representándolo.
El potencial simbólico que contiene el círculo es enorme. Pensemos en ello.
No es de
extrañar que nuestros ancestros se sintieran fascinados por el círculo y con él
representaran sus verdades y principios universales.
Los
enigmáticos círculos megalíticos aún nos esconden grandes misterios. El símbolo
taoísta del Yin-Yang con su manifestación del dinamismo esencial del universo
nos embelesa con su profundidad simbólica y simplicidad. La Rueda medicinal del nativo
americano con su simbolismo nos atrae vívidamente.
Todo ello
encierra profundos misterios que intuimos y nos cuesta precisar y es así porque
se da en ámbito de lo arquetípico y esto supera a la razón.
Los círculos
son considerados representaciones mágicas, no porque sean hechizos o porque
puedan hacerse hechizos en su interior, sino porque con su simbolismo encierran
un saber, un conocimiento que va más allá de nuestra razón y, por ello, esa
vitalidad, esa energía, que concentrada, puede convertirse en poder y producir
consecuencias (“su medicina”).
Los círculos
son signos que representan la cualidad sagrada de cuanto existe. En ellos hay
un centro observador y los acontecimientos se realizan sin que se de forma
alguna de jerarquía. Todo queda igualado en la circunferencia. También el
círculo es el esquema básico del organismo vivo con un núcleo y un plasma que
lo rodea y una membrana que lo envuelve.
En
círculos es muy fácil representar
nuestra relación con nosotros mismos, con nuestros semejantes, con la Tierra y con el Universo. Y
al poseer una cualidad dinámica, la rotación, nos representa el suceder de los
ciclos de la vida, la naturaleza y los astros.
Cada vez
más nos sentimos atraídos en su contemplación y en ellos nos reflejamos
contactando con nuestra afectividad por todo cuanto nos rodea en el ámbito
personal, relacional, natural y transpersonal; es decir, lo espiritual.
Para
quienes sintonizamos con este sentir, nos gusta reunirnos en círculos para
celebrar sus misterios implícitos. En este contexto hay que situar todo este
escrito que comparto.
Somos
criaturas del Sol y la Tierra. Vivimos
arropados por la Naturaleza
viva de este hermoso planeta. El Sol nos da calor y luz y, con ello, la vida
puede florecer y manifestar su portentosa diversidad de aspectos. Todo ello
combinado con las fuerzas dinámicas de interacción de Tierra, vida y tiempo han
creado una belleza sin igual.
A toda la
parte viva del planeta, en su configuración como un enorme sistema, le
denominamos Madre Tierra. De ella surgimos, en ella nos desarrollamos, nos
relacionamos, nos nutrimos y colma nuestras necesidades y a su seno regresará
nuestro organismo con la muerte. Es pues una organización viva que nos supera
inimaginablemente y de la cual dependemos en todo lo que concierne a la vida;
por ello puede considerársele como “diosa”. Nuestros ancestros así la
denominaban y aún hay tradiciones que, bajo distintas denominaciones, así la
contemplan.
El considerarlo
y sentirlo así se lo debo a las enseñanzas de una mujer medicina mexicana,
Lorena Herrera Durán, de cuya interacción me
sentí inmerso en el significado de la “Rueda de Medicina” nativa.
Lorena Herrera Durán |
Al aplicar
en la vieja Europa este simbolismo me encontré con su correspondencia y
similitud con la Rueda Celta.
A través de la cual estos ancestros europeos se relacionaban con lo espiritual
y lo natural y, estando mucho más próximo a nuestras tradiciones, la tomo como
referencia en este escrito. Pero no creo que sea algo puramente celta; cuando
éstos llegaron a Europa procedentes de su origen común asiático ya estaban
diversificados en grupos étnicos y lingüísticos progresivamente más diversos. Y
se encontraron con poblaciones asentadas que habían realizado monumentos
memorables en círculos megalíticos. Con sus luces y sombras se fundieron en el
discurrir del tiempo y se produjo la asimilación. Las tradiciones druídicas aún
nos resultan, hoy en día, motivo de especial atención y respeto. Me dí cuenta
que los celtas, en líneas generales, no diferían grandemente en su modo de vida
del nativo americano de los bosques y llanuras. Por ello se despertó mi interés
por ellos. Y aquí tomo como referencia su círculo o rueda sagrada que
representa a la Madre Tierra ,
la diosa, y en ella se sitúa las cuatro direcciones con su simbolismo, así como las otras cuatro
festividades que organizaban el discurrir del ciclo anual como un reflejo de
algo mucho más trascendente, numinoso.
Dado que
muchas de sus celebraciones sobreviven en nosotros, los de origen europeo,
reconvertidas y adaptadas para el cristianismo; me permito utilizar su nombre
propio celta como referencia y simbolismo mítico y arquetípico y no como un
deseo de restablecer el culto celta de antaño.
Como adultos
con estos intereses nos es fácil contactar con el espíritu de estas
celebraciones y sus significados; tenemos muchas referencias bibliográficas y
lugares donde acudir en busca de información, pero ¿qué ocurre con las
generaciones recién llegadas? ¿Cómo hacerles llegar este espíritu ancestral de
un modo actual que les permita conectarse con el significado sensible y vivo de
la diosa Madre Tierra?
La
espiritualidad debe ser algo sentido desde la libertad y en armonía con el
acontecer natural y mítico; y como mítico todas las tradiciones tienen cabida
sin ser unas más importantes que otras. En un mundo tan mecanicista e
individualista ¿cómo creamos situaciones y experiencias espirituales armónicas
con el discurrir del acontecer de la Madre
Tierra ? ¿Y cómo estas
experiencias pueden sembrar la certeza de que este mundo es sagrado y, en él,
todas sus criaturas lo son sin excepción? Pretendo sugerir, en el ámbito
familiar, el ir dando un giro en la Rueda
Sagrada de la
Vida y mostrar cómo se puede celebrar y sentir el fluir
arquetípico y mítico en conexión con la Madre
Tierra ; y el sentido que tiene el discurrir de las estaciones
y vida en nuestras existencias implicando a todas las generaciones de una
familia. Con el convencimiento de que
puede extrapolarse todo esto a grupos más extensos e incluso a educadores docentes.
Sé que
algunas cosas que estoy diciendo hiere susceptibilidades y a defensores
dogmáticos de modos de creencias religiosas actuales. Les digo que no pretendo
ofenderles ni negarlos, pero considero que no se abren en considerar sus
propias creencias como una plasmación actual de un mundo arquetípico que ha
existido desde el surgimiento de la humanidad y que se mantendrá aun cuando
estas religiones de ahora se hayan extinguido dando lugar a otras adecuadas a
los dramas culturales y existenciales de situaciones futuras. La vida es un
devenir incesante creando nuevas formas y estructuras en su incesante
evolución. Pretender un punto final inmóvil es realmente una ingenuidad.
Se trata de
entender y tener recursos para celebrar
estas festividades de modo íntimamente unido a las raíces espirituales de las
festividades aquí en Europa; en el
contexto multigeneracional.
Nos
moveremos a lo largo del año por la Sagrada
Rueda de la
Vida celebrando la íntima relación entre la Madre Tierra y el Padre Sol,
parándonos en las celebraciones de ocho festividades sagradas que denominaré
por su nombre celta: Yule (solsticio de invierno en el Hemisferio Norte),
Imbolc (1º de Febrero), Ostara
(Equinoccio de Primavera en H. Norte), Beltane (1º de Mayo), Litha (Solsticio
de verano en H. Norte) Lughnasad (1º de Agosto), Mabon (Equinoccio de Otoño en
H. Norte) y Samhain (1º de Noviembre). Momento en que concluye la vuelta de la Sagrada Rueda empezando un
nuevo ciclo.
Antiguamente y aún hoy día, en ciertos colectivos humanos fieles a sus
ancestrales tradiciones, sus miembros se reúnen en el recinto o área sagrada de
la tribu o aldea y todos, niños y adultos celebran entusiastamente el suceder
de las etapas del Ciclo anual de la Vida; reflejo asimismo del acontecer en el
universo y de la propia experiencia de vivir entre nacer y morir.
Siguiendo
su ejemplo así lo vamos realizar adecuándolo a la concepción ontoenergética,
con sus miras hacia el desarrollo del potencial humano en el seno de la
complejidad del mundo científico y tecnológico actual.
Ernesto Cabeza Salamó
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