POR UN MUNDO
PLURAL
El valor de las minorías étnicas
“Si una civilización mundial, perfectamente homogénea, se
estableciera y abarcara todo el planeta –lo que es muy difícil – tendría una
vida breve. Los seres humanos necesitan de cierta diversidad. En el futuro
aparecerían nuevos cambios, y surgirían diferencias que ni siquiera
sospechamos. Mientras haya seres humanos en la Tierra, veremos persistir o
surgir múltiples grados de diferenciación.” Claude Levi-Strauss
Desde hace algunos
años se ha tomado conciencia del deterioro generalizado que afecta al mundo
mineral, vegetal y animal, pero apenas se ha empezado a prestar atención al
agotamiento y la contaminación que padece la esfera cultural. Los valores
étnicos, al igual que el oxígeno, el petróleo, las selvas o las ballenas, no
son inagotables.
Probablemente
estamos asistiendo al advenimiento de esa civilización mundial a que aludía
Levi-Strauss. Y quizá, tal como él afirma, su existencia será breve. Sin
embargo, entre tanto, el estilo de vida occidental, sea en su vertiente
capitalista como en la comunista, se impone en todas partes. Oriente y África,
América y Oceanía, dejan de ser lo que eran a una velocidad vertiginosa. El
mundo se uniformiza. No sólo el aspecto de las ciudades, las ropas o los
hábitos, sino incluso la actitud vital de los pueblos empieza a estar cortada
con el mismo patrón. Una fuerte tendencia a traducirlo todo a términos
económico-monetarios, a cuantificar incluso los valores humanos más
intangibles, se extiende por los cinco continentes.
Si a alguien daña
este proceso general de uniformización es a las minorías étnicas. Para ellas,
la irrupción de la vida moderna supone prácticamente el fin de su existencia
como pueblos. En una o dos generaciones a lo sumo, estos grupos humanos
perderán de forma irremisible a los últimos depositarios de su tradición oral y
artesanal.
Cuando se nombra
colectivamente a estos pueblos se emplean términos como “subdesarrollados”, “en
vías de desarrollo” o “no-alineados”, referencias económicas, muy al gusto
occidental, que reflejan su ilusoria ascensión hacia las cimas del consumo. Sin
embargo tampoco es conveniente considerarlos desde la otra óptica hoy común,
reivindicando meramente su interés folklórico, museístico o científico. Más
bien se trata de comprender cómo culturas ancestrales y vivas, que encierran,
en mayor o menor grado, una forma de sabiduría, un saber vivir sobre la tierra
y bajo el cielo, pueden desaparecer para siempre en aras de la tecnología. No
se improvisa, y mucho menos desde fuera, un modo de vida madurado a lo largo de
siglos y generaciones. Cualquier pérdida en este sentido es irreparable.
Las sociedades que
ahora se engloban bajo el término de Cuarto Mundo están enteramente indefensas
a merced de la nuestra. Rotas sus protecciones psicológicas, extraviada su
identidad más profunda, difícilmente conservan la entereza y perspectiva
necesarias para hacer frente al mundo moderno o para adaptarse a él conservando
lo esencial.
Es obligado
recordar aquí que a la colonización habitual del pasado, apoyada comúnmente en
la fuerza de las armas, le ha seguido una colonización más solapada pero
doblemente eficaz. Tanto se ha extendido ésta que incluso las sociedades que
conservan su tradición oral y que no saben una palabra de una lengua europea
pueden considerarse también colonizadas.
Dos son los pilares
de este proceso de desintegración cultural.
Por un lado la
ruptura de la visión del mundo propia de una determinada cultura. Y ello con la
paradoja de que hoy se reconoce que toda cosmovisión es provisoria y de que tan
válida puede ser una tenida por “antigua” como la más recientemente admitida.
Lo importante es que ésta sea coherente y permita el desarrollo social dentro
de valores esenciales para el ser humano.
Jornalero |
Por otro lado,
convertir en mercancías dos cosas que no solían serlo para estas comunidades:
la mano de obra y la tierra. En estas culturas la tierra estaba disponible para
quien la usara. Y como la mano de obra no era un bien que pudiera venderse,
resultaba imposible contratar personas que labrasen la tierra, no habiendo por
tanto jornaleros. La introducción de la esclavitud, primero a cambio de una
manutención y luego a través de un pequeño salario, destruyó la economía
tradicional basada en la ayuda recíproca. Ahora los nativos de estos pueblos
son los desheredados de la economía mundial, desde el instante en que sus
recursos básicos, generalmente gratuitos, dejaron de serlo y el dinero se
convirtió en la medida de todas las cosas.
Los indios
iroqueses, como tantas otras tribus, afirman que “todo lo que vive en la
tierra, todo cuanto crece en el suelo y lo que fluye en los ríos y aguas fue
dado conjuntamente a los hombres. La carene fue de todos antes de que el
cazador la tomara del bosque y si el maíz y las plantas crecieron en la tierra
común no fue por el poder del hombre, sino por el Gran Espíritu”.
Estas palabras
recuerdan una visión del mundo de la que Occidente se aleja cada día más. Pero
lo cierto es que no sólo necesitamos de la diversidad física de la tierra
–montes, ríos, valles, mares, selvas o glaciares-, sino, lo que es más
importante, de la diversidad cultural y racial. Si cada especie que se extingue
sobre la faz del planeta supone un empobrecimiento del caudal de vida, más aún
lo es que una cultura humana determinada, con sus conocimientos y valores,
pueda llegar a desaparecer.
¿Existe alguna
esperanza para las minorías, aparte de convertirse en exposiciones permanentes
de sí mismas de cara al turismo o los
investigadores? Ciertamente, faltan razones para el optimismo, pero algo hay
que hacer. Un paso es presionar a los partidos políticos para que empiecen a
considerar estos problemas. Otro, reflejar la situación de estas culturas en
los medios de comunicación, trayendo incluso representantes de las mismas para
que expongan públicamente la situación que atraviesan. Y sobre todo, apoyar
proyectos de autosuficiencia para que puedan defenderse de la oleada de
incivilización que les amenaza. A fin de cuentas, como se decía en la película La Selva Esmeralda, estos grupos aún
conservan algo que nosotros perdimos.
Unamos nuestros
sentires para que pueda continuar por largo tiempo esa vida plural sobre el
planeta. Y si por desgracia eso no fuera del todo posible, guardemos dentro de
nosotros el mensaje que nos dejan sus hermosas palabras.
Integral 1987. Daniel Bonet, Josany y Octavi Piulats